| Daniela Bauer | danielabauer@esmaile.es|
El primogénito de Alfonso XIII se casaba en Lausana en junio de 1933 con su enfermera y con el rechazo familiar
Hace 90, en junio de 1933, la familia real estaba dispersa y en un mar de dudas. Habían pasado dos años del exilio y Alfonso XIII entendía que estaba demasiado lejos de España, allá donde estuviera. La frustración con su primogénito era una de sus tantas decepciones, fracasos asumidos por un devenir errático en tiempos revueltos, como diría la serie.
La salud quebradiza del entonces Príncipe de Asturias, Alfonso, señaló su vida. El rey español se resignó a la hemofilia de su primogénito y esta enfermedad que contrajeron dos de sus varones, el mayor y el menor, Gonzalo, fue motivo de un distanciamiento progresivo con la reina Victoria Eugenia, portadora de dicha dolencia hereditaria.
El príncipe se presentía como vulnerable para su futura misión de asumir el reinado. Fue en definitivo un niño débil y de triste infancia que en su juventud halló el amor en la enfermera que lo atendía en Suiza. Tenía 24 años y con 22 había salido al exilio desde el Palacio Real cargado en brazos. Así fue llevado al salir camino al exilio tras las elecciones municipales de abril del 31.
Dos veranos después, mientras el mundo se veía sacudido por el enfrentamiento de los regímenes totalitarios y la polarización política en los países europeos, el heredero de la exiliada Corona española se enamoraba. Hallaba el afecto y una recuperación de salud en la enferma con la que bailaba en el exclusivo sanatorio de Leysin.
Esa joven que enamoró al quebradizo príncipe se llamaba Edelmira Sampedro, descendiente de una estirpe cubana dedicada a la caña de azúcar y tras la llegada estadounidenses, con el negocio azucarero sacudido. Ella tenía un año más que Alfonso de Borbón y Battenberg (Alfonso, el nombre maldito en la Casa Real española, al menos desde que se recuperó en el siglo XIX). «Levántate y anda» fue casi la orden melosa que pronunció la cubana al príncipe. En los ojos de ella, hace 90 años, el heredero se empeñó en recuperar lo vivido, el tiempo perdido, tan lejos asúi de las obligaciones palaciegas y de ese país al que ya no podría volver. Ni pudo volver.
Enfermos y enamorados, el romance del Príncipe de Asturias superó a su responsabilidad como heredero. Por entonces los miembros de la familia del rey sólo podían casarse con iguales, con príncipes o princesas. Ante el amor morganático sólo cabía la renuncia. Alfonso XIII le envió un ultimátum y de esta forma renunciaba a los derechos de sucesión el 11 de junio de 1933. «Vuestra Majestad conoce que mi elección se ha fijado en persona dotada de todas las cualidades para hacerme dichoso, pero no perteneciente a aquella condición que las antiguas leyes españolas requerirían en quien estaría llamada a compartir la sucesión en el trono, si se restableciese por la voluntad nacional». Adiós. Su corazón quedaba libre como él mismo. En el Reino Unido, tres años después, sucedería con el mismísimo rey Eduardo VIII, primo de este desdichado pariente español.
«Decidido a seguir los impulsos de mi corazón renuncio a los derechos de sucesión para mí y mi descendencia», rompía con la Historia el que estaba llamado a ser Alfonso XIV. El padre lamentó la decisión de su primogénito sabiendo que aquello iba a ser un amor fugaz. Alfonso de Borbón se autodesignó conde de Covadonga y su esposa, condesa consorte, un título del que hizo uso hasta su fallecimiento sobreviviendo muchos años a su primer marido.
La boda del ex príncipe y la condesa se celebró en Lausana, Suiza, el 21 de junio de 1933 sin la presencia del rey exiliado. Solo y apartado, Alfonso de Borbón se destinaba a vivir sin más, que para él era mucho. Y para volver a España pedía regresar como un simple ciudadano mientras se dedicaba él y su esposa a la vida contemplativa y festiva sin más ambición en un continente en vísperas de guerras. Una pareja de fiestas y balnearios que no contaba con el dispendio económico que Edelmira imaginaba. La Casa Real les redujo el presupuesto y cuando el amor decaía al igual que los fondos, el príncipe quiso retomar los derechos que ya ostentaba su tercer hermano, un imprevisto heredero, Juan de Borbón.
Con la boda de hace 90 años se iniciaba el principio del fin del príncipe y con el tiempo la condesa ficticia de Covadonga mantendría una relación cordial con sus cuñados pese a que el divorcio fue tan prematuro como la decisión de casarse.
Alfonso entraría en barrena declinatoria. Se separó y volvió a casarse en Miami con otra cubana, la modelo Marta Rocafort, hija de un dentista de Nueva York con la que estuvo sólo tres meses. Se divorciaron en enero de 1938 recién nacido el primogénito del ya heredero firme don Juan, Juanito, Juan Carlos.
No llegaría a ver crecer al futuro rey. Alfonso de Borbón fallecía el 6 de septiembre de 1938 en un accidente de tráfico. El golpe no tenía excesiva importancia. El príncipe sin derechos ni trono sufrió una letal hemorragia interna al ser hemofílico. Tenía 31 años.
Al entierro en Miami sólo estaba su novia, Mildred Gaydon, una cabaretera con la que el hijo mayor de Alfonso XIII planeaba casarse. Ella pilotaba el coche con la que el conde conde de Covadonga se fracturó la pierna derecha en un fortísimo golpe frontal con un camión.
Edelmira, la novia de hace 90 años, fue la que estuvo presente en la exhumación de 1985 por la que los restos de Alfonso de Borbón, frustrado Alfonso XIV, fueron enviados por avión a España y reposa en El Escorial desde entonces. Un rastro malogrado y triste de la historia de la familia real española.